Los tambores de guerra resuenan de nuevo: un mundo al borde del abismo

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Los tambores de guerra resuenan una vez más en los rincones del planeta, y el mundo parece acercarse peligrosamente al abismo. A los conflictos ya prolongados en Ucrania y Oriente Medio se suman las crecientes tensiones en el Mar del Sur de China y una escalada en África Central, particularmente en la República Democrática del Congo. Lejos de remitir, la conflictividad global se intensifica, marcada por una carrera armamentista sin prece-dentes y la peligrosa normalización de la violencia.

En Oriente Medio, el conflicto entre Israel y HAMAS, que comenzó con los ataques del 7 de octubre de 2023, se ha expandido. Grupos respaldados por Irán, como HEZBOLÁ en Líbano y los hutíes en Yemen, se han involucrado directamente. Los ataques de los hutíes contra el transporte marítimo en el mar Rojo han interrumpido rutas comerciales y han provocado un aumento en los precios del petróleo. La posibilidad de una confrontación directa entre Irán e Israel ya no parece una hipótesis lejana.

En Ucrania, la guerra continúa en su tercer año. A pesar del estancamiento en las líneas de frente, Rusia ha consolidado su control sobre parte del Donbás. Mientras que Occidente mantiene las sanciones, el Kremlin ha recibido apoyo de países como China, Irán y Corea del Norte. Ucrania sigue recibiendo ayuda militar de la OTAN, pero enfrenta la fatiga política en Occidente y una grave crisis humanitaria.

En Asia oriental, las tensiones en el Mar del Sur de China han aumentado drásticamente. Los incidentes navales entre buques chinos y filipinos en el atolón de Second Thomas Shoal han elevado la retórica hostil. Estados Unidos ha incrementado su presencia militar en la región, lo que China califica como “provocación”. Taiwán, por su parte, vive bajo la constante presión de los ejercicios militares chinos.

África es a menudo el escenario de tragedias olvidadas. En el este del Congo, los enfrentamientos han desplazado a más de 800.000 personas en lo que va del año. Los vastos recursos minerales de la región han convertido la zona en un campo de batalla geopolítico.

En este panorama, la inversión en defensa ha alcanzado cifras récord. El gasto militar total de los países miembros de la OTAN ascendió a aproximadamente 1,5 billones de dólares en 2024. Esto representa el 55% del gasto militar mundial total. Por presión norteamericana se plantea aumentar considerablemente ese gasto. Las industrias armamentísticas prosperan, mientras se justifica este gasto como “disuasión” y “estabilidad estratégica”. La retó-rica belicista se simboliza en el hecho de que en EE.U.U, el “Departamento de Defensa” pasa a llamarse “Departamento de Guerra”.

¿Cómo puede haber estabilidad cuando la proliferación de armas ali-menta el ciclo de la violencia? La historia ha demostrado que el camino de la violencia sólo conduce al sufrimiento colectivo. Los horrores de las guerras mundiales y las lecciones de lugares como Auschwitz e Hiroshima parecen haber sido olvidados.

La amenaza nuclear, lejos de ser un vestigio del pasado, ha regresado con fuerza. Corea del Norte ha realizado pruebas nucleares, y la carrera armamentista entre las potencias vuelve a ser una realidad tangible. El miedo se impone como principio rector de la política global, y la concordia, el diálogo y el perdón son cada vez más raros.

Los tambores de la violencia no redoblan solos. Resuenan porque son golpeados por nacionalismos exacerbados, desigualdades, desesperanza y una ambición desmedida por el poder. La indiferencia de muchos contribuye al silencio que permite que la violencia prospere.

Ante este panorama, es imperativo recordar las palabras de Jesús en el Sermón del Monte: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9). Este mensaje no es una utopía ingenua, sino una llamada a la acción. Trabajar por la paz es una necesidad vital, un acto de resistencia frente a la barbarie.

En un mundo que parece inclinarse nuevamente hacia la guerra, los que trabajan por la paz son la última línea de defensa de nuestra humanidad compartida. Son quienes construyen puentes en lugar de muros, quienes buscan el perdón en lugar de la venganza, y quienes entienden que el dolor de uno, en cualquier rincón del mundo, siempre acabará afectándonos a todos. La paz no es un regalo, es una tarea diaria. Es hora de dejar de ser espectadores y convertirnos en constructores de paz.

Faustino Castaño (pertenece a los grupos de Redes Cristianas de Asturias)