Cristianisme al segle XXI, miembro de Redes Cristianas, nos pide que publiquemos esta homilía de Ramón M. Nogués
Dominica XXIX A 2020
Hemos empezado las lecturas escuchando una de Isaías en la que el profeta elogia la figura del emperador Ciro II de Persia que terminó con el exilio judío en Babilonia y lo presenta como un ungido de Dios . Isaías se hace eco de la idea que el poder político procede de Dios, una idea común en las sociedades antiguas. El elogio a Ciro coincide con el carácter liberal y tolerante de aquel emperador y con el hecho que favoreciera a los judíos, permitiendo el retorno a Jerusalén y la construcción del segundo templo.
El Evangelio nos presenta el conocido incidente de la pregunta capciosa que se le hace a Jesús sobre la licitud de pagar los impuestos al ocupante romano. Jesús contesta con una frase que se ha convertido en un dicho universal: ??Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios??. La lectura de esta frase es diversa. Muchos creen que es como un gag de Jesús, que esquiva la cuestión. Otros creen que aquí se podría fundamentar la atribución repartida de derechos civiles y eclesiásticos.
En los dos casos se presenta el controvertido e importante tema de las relaciones entre poderes políticos y religiosos y sus intersecciones.
Jesús no entró directamente en el problema político, a pesar de que la situación de Judea en su tiempo era suficientemente delicada como para entrar en él con fuerza. Un país ocupado, con grupos independentistas (los zelotas) de entre los cuales algunos formaban parte del grupo de seguidores de Jesús (el Evangelio presenta a algunos seguidores de Jesús armados y dispuestos a atacar con la espada) (Lc.22, 22-49). El Nuevo Testamento se hace eco de la opinión que el poder viene de Dios. El mismo Evangelio pone en boca de Jesús este planteamiento cuando presenta a Jesús advirtiendo a Pilatos, en su dramático juicio, que el poder que ostenta viene de Dios (Jo 19, 11). San Pablo, per su lado, dice expresamente que el poder civil viene de Dios (Rom. 13,1-7) y San Pedro insiste en este planteamiento (I P.2,13-17. Esta idea ha planeado sobre la historia del cristianismo hasta hace poco, especialmente entre los poderosos y los dictadores , pero hoy no tiene ningún crédito y se atribuye simplemente a una deformación cultural. Hoy nosotros no creemos que el poder político venga de Dios sino que viene del pueblo.
Jesús no entró directamente en el tema político pero puso en marcha un movimiento que se caracterizó por el rechazo a los poderosos y a los tiranos que mantienen a sus súbditos bajo su poder (Mt, 20, 25). El canto típico del Magnificat celebra que Dios expulsa de su trono a los poderosos y ensalza a los humildes (Lc. 1.52) y elogia repetidamente a los pobres y sencillos. El mismo Jesús que insultó a los poderosos opresores de Israel (dijo que Herodes era un zorro, Lc.13, 31-32) fue víctima de los poderosos por su desafío a las autoridades , tema que acabó con su asesinato legal. Su movimiento, aunque no era específicamente político, tenía consecuencias políticas muy concretas. Por lo tanto, desde la óptica de Jesús, las soluciones políticas son desacralizadas (la política es un tema secular y no religioso, es un tema del Cesar y no de Dios) pero las actitudes que se deducen del seguimiento de Jesús , por razones religiosas, apuntan hacia planteamientos igualitarios y particularmente liberadores de aquellos que son víctimas de imposiciones de los poderosos, y esto es políticamente muy significativo y tiene consecuencias muy decisivas.
El tema de si el cristiano, como consecuencia de su fe, ha de intervenir en política no tiene fin e incluye argumentación hacia movimientos de izquierda (en favor de un planteamiento socialmente progresista) o de derechas (en favor de la defensa de los desórdenes establecidos).
En Cataluña y en España en general tenemos planteado recientemente este tema en relación al llamado ?procés?, proceso que se arrastra a lo largo de siglos debido a sus evidentes raíces históricas. Obviamente, desde el punto de vista político se puede ser partidario de la unidad de España o del independentismo y esto es lícito legalmente incluso en el marco de la constitución española. Desde el punto de vista cristiano se puede ser independentista o contrario al independentismo. Por lo tanto, las manifestaciones de la Conferencia Episcopal Española destacando que el cristianismo requeriría defender la unidad de España no tiene ningún fundamento teológico. Es una intervención política de los obispos. También lo sería decir que el independentismo demanda defender el independentismo.
Sí que se puede decir que el cristianismo mueve a defender los derechos naturales de manera general y a criticar su lesión por parte del poder. Es discutible en qué se concretan estas situaciones.
En Cataluña el ?procés? ha conducido a unas situaciones jurídicas complicadas que muchos consideran que constituyen un ejercicio abusivo del poder y que afecta a la actuación de algunos jueces, parciales y sesgadas, que tendrían como consecuencia unos encarcelamientos injustos que muchos consideran que son el fruto de un castigo vengativo. Los jueces se pueden equivocar o actuar por actitudes personales viscerales, como pueden hacerlo los médicos, los sacerdotes, los economistas o los políticos. Decir que los jueces no se equivocan o son neutrales es una ingenuidad o una manifestación de intereses ocultos, que no es creíble como lo demuestra, además, la historia judicial de todos los pueblos y de todas las épocas, y las luchas cristianas y sociales de siempre Ya la Biblia, hace muchos siglos, en el salmo 94 se hace eco de los avatares de los jueces injustos. Las impresionante y escandalosos rifirrafes que se dan actualmente entre los partidos políticos en el Congreso español en relación a la elección de los altos representantes de la judicatura, muestran claramente una escandalosa ausencia de neutralidad en este tema. En los hechos a los que aludimos hay decisiones que permiten dudar de que la aplicación de la ley haya estado libre de sesgos emocionales y viscerales que condicionan la aplicación presumiblemente objetiva de la justicia.
Recientemente, en nuestra diócesis, se han publicado diversas cartas cruzadas entre los familiares de presos por motivos políticos y el obispo, que se han hecho virales. A nadie se le escapa, no nos engañemos, que las opiniones sobre la legalidad y legitimidad de estas situaciones y las respuestas cristianas que deberían suscitar dependen de unas sensibilidades previas divergentes. Invocar las legalidades para justificar las actuaciones , desde el punto de vista cristiano, suena a insuficiente y hace sospechar que la situación de los obispos católicos en relación al estado español está condicionada aún por la exigencia de unos pactos internacionales entre el estado español, incondicional enemigo del independentismo y la Santa Sede, tradicional defensora de los derechos internacionales tal como están expresados en las Constituciones de los Estados europeos y que dialoga con los estados y no con otras instituciones políticas. Esto debilita la libertad de opinión y de maniobra cristiana de los obispos cuando surgen situaciones conflictivas con las regulaciones legales correspondientes. Las cartas de los cristianos reclaman a los obispos que se comporten como el profeta itinerante Jesús, pero esto es difícil cuando se actúa comprometido con estructuras sociopolíticas de gran alcance nacional e internacional con los problemas diplomáticos que esto supone. Paradójicamente, los obispos, a quienes correspondería poder estar entre los que más se acercan a las sorprendentes actitudes misericordiosas de Jesús que rompían con todas las previsiones legales, se ven obligados a tener unas composturas políticas a las que les obligan los entramados y pactos sociales de los gobiernos y la Santa Sede, expresados en acuerdos, concordatos, etc. En consecuencia actúan según la política del ?Status quo? frente a los que optan por políticas más enfrentadas. Son políticas diferentes y conflictivas, pero todas son políticas.
Las lecturas de hoy no nos proporcionan demasiado material de reflexión concreta para el gran tema de la relación entre religión y política. Continuaremos seguramente con posiciones divergentes sobre temas que dependen de preconcepciones y sensibilidades históricas y políticas que no son fáciles de entender si no se han compartido con sintonías culturales profundas. Y las situaciones que puedan recordarnos las provocativas actitudes de Jesús difícilmente las podremos encontrar en unas jerarquías condicionadas por compromisos administrativos y políticos que las hacen actuar, casi inevitablemente, más como gobernantes administrativos que como profetas
Los cristianos siempre tenemos como modelo de referencia a Jesús. Y Jesús no se definió en políticas concretas, pero su movimiento quedó orientado hacia actitudes claramente alejadas de los legalismos, favorecedoras de la liberación y ajenas a los compromisos políticos tan generalizados entre las autoridades de todo tipo. A cada cristiano, sea un simple bautizado o esté revestido de ministerios sacerdotales o episcopales, le toca entender cómo concretará la misericordia y la justicia proclamadas provocativamente por Jesús.
Ramon M. Nogués