Tiene toda la razón Faustino Castaño, miembro de las Comunidades de Base de Gijón y del Foro Gaspar García Laviana, al calificar de Espíritu tridentino a la práctica de muchos sacerdotes en sus Parroquias, muy frecuente aún, de ignorar totalmente a los fieles durante la Misa. «El celebrante hace todo: consagra, predica, a veces incluso realiza todas las lecturas de la celebración. No hay sitio ni necesidad de la participación de la comunidad. A los fieles basta con que asistan y escuchen en silencio lo que se les diga desde el presbiterio. Esta jerarquía tiene tanta fe en la eficacia de la liturgia que realiza, que incluso bautiza a niños de corta edad que no pueden entender lo que se está haciendo. El rol de los fieles católicos en los actos litúrgicos es el mismo que el de los bebés en su bautizo; no hace falta que entiendan nada».
Y cierto, esta es una de las patologías del catolicismo romano: confiar absolutamente en la mediación, en el sacerdocio, en el sacramento, en los ritos y en afirmar de ellos su virtud objetiva, el que obran por si mismo, «ex opere operato», sin participación personal. Leonardo Boff lo expone bien claro en su obra: Iglesia: carisma y poder. Ensayos de eclesiología militante (Santander: Sal Terrae, 2ª ed.,1984, pp.147-164) ), que no gustaba nada al Cardenal Ratzinger. «El catolicismo es un principio de encarnación del cristianismo, decía. Es concreción histórica del Evangelio. Es objetivación de la fe cristiana». El catolicismo es un movimiento dialéctico de afirmación de la identidad cristiana y de su no identidad. La palabra sacramentum (sacramento) expresa bien ese proceso dialéctico de afirmación y negación de la identidad cristiana . Sacramentum es la traducción de la palabra griega Mysterion. El catolicismo es el sacramentum del cristianismo, que expresa la Ley fundamental de la economía de la salvación, el Misterio, la relación de lo divino con lo humano. Mediante el sacramento se afirma la identidad cristiana: en la mediación está presente la gracia, el don gratuito de la divinidad. Pero mediante el sacramento se afirma también la no-identidad: Dios y su gracia no están fatalmente atados a tal o cual expresión sacramental. La gracia, el don gratuito de la divinidad puede darse fuera de los sacramentos. En el cristianismo romano (catolicismo) se afirma preferentemente la identidad sacramental. Afirma valerosamente la encarnación de lo divino en lo humano, en el acto sacramental. En cambio, el cristianismo protestante afirma no menos valerosamente la no-identidad, es decir, la libertad de lo divino, del Evangelio, la desvinculación con los esquemas de este mundo. Boff tiene unas paginas iluminadoras describiendo cómo se fue concretizando el cristianismo según el catolicismo y el protestantismo evangélico.
Pues bien, si la identidad católica radica en la sacramentalidad, en la asunción de la mediación en que llega a nosotros Cristo y el Evangelio, de aquí se deduce que en el catolicismo se valora sobremanera la institución, la jerarquía, la doctrina, la Ley, el Derecho, el rito, los sacramentos, en definitiva, las mediaciones del cristianismo. Pero de aquí provienen también sus patologías: su dogmatismo, su autoritarismo, su ritualismo. Se adora a Jesús, se venera a los santos, se reza a la Virgen, pero se hace como si fuera un rito mágico y no se insiste en que hay que seguirles e imitarles, en la propia responsabilidad. Le basta con hacer el rito, el sacramento, sin importarle la interioridad de la personas, su propia participación y responsabilidad. Se afirma la ortodoxia y se olvida la ortopraxis. El catolicismo romano no es suficientemente negativo, es decir, crítico. Ensalza lo ritual, lo cúltico, lo institucional y menosprecia la interioridad, la responsabilidad personal, las verdades naturales, la justicia. Compró con su culto a los Reyes, a los grandes señores injustos de la sociedad, justificándolos y legitimándoles por sus limosnas y no denunció sus crímenes, su explotación, el descarte de los pequeños, de la mujer, de los inservibles, de los proletarios. El catolicismo romano con frecuencia confunde espiritualidad con religión. Se transforma en una Religión ritual, vacía de sentido, alienante, merecedora de las críticas protestante, marxista y también de todos los que, desde dentro de la Iglesia, defiendan el carácter responsable de la persona humana, hagan una crítica sana contra estas patologías del catolicismo y promuevan la participación activa, personal y responsable de los fieles.
Quiero citar dos momentos de esa crítica sana que se dieron entre nosotros y que están, por desgracia, olvidados. El primero es la Asamblea conjunta de obispos y sacerdotes que se celebro en Madrid, del 13 al 18 de septiembre de 1971, hace ahora 50 años. En sus ponencias se trató de superar el modelo del catolicismo de Cristiandad, que se implantó en nuestro país durante la dictadura franquista, estableciendo una nueva relación entre Iglesia y Estado, con plena independencia de la Iglesia respecto a cualquier sistema político y la renuncia al Concordato de 1953, que representaba dicho modelo. Se rechazaba, por lo mismo, la presencia de obispos en las Cortes franquistas, de capellanías en órganos oficiales, se defendía la independencia económica de la Iglesia del Estado, renunciando a la dotación del clero. Se reclamaba el ejercicio de los derecho humanos: de expresión, de asociación y reunión, sindical y política, participación de todos los ciudadanos en la gestión y control de los asuntos públicos etc., etc., La Asamblea conjunta de obispos y sacerdotes quiso reformar a la Iglesia institucional española de su tiempo, pero fracasó por la oposición del sector integrista de la sociedad española, particularmente por influjo del Opus Dei.
La segunda no menos interesante fue la Asamblea conjunta de Cristianos de Vallecas, que se desarrolló desde el 27 de marzo de 1974 hasta el 24 de marzo de 1975, bajo la dirección del obispo auxiliar de Madrid, D. Alberto Iniesta. En palabras del obispo Iniesta, la Asamblea: ?Buscaba una plataforma y unas reglas de juego para que el Pueblo de Dios ejerciera su corresponsabilidad, de acuerdo con los principios del Vaticano II…Se trataba de convocar a los cristianos de esta parte de la diócesis para que, a la luz del Espíritu Santo…consideráramos los problemas propios de esta comunidad humana con la que convivimos, buscáramos un tipo de comunidad cristiana que sea lo más adecuado posible a esos problemas y tomemos los compromisos que podamos y debamos tomar? (¡Creo en Dios Padre!: El Credo que ha dado sentido a mi vida. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1975, 126-140). Según Iniesta la Asamblea ponía en práctica dos principios, un tanto olvidados por la Iglesia jerárquica: por parte del obispo primero, el de la no directividad, renunciando al criterio paternalista de los absolutismos más o menos ilustrados, haciéndolo todo para el pueblo, pero sin el pueblo (p.132). Y, por parte de los cristianos, el llamado el sentido de los fieles (sensus fidelium), la posibilidad de que: ?el Pueblo de Dios reflexiona desde su propia experiencia humana y con su propia fe existencial y concreta, mirando además al mundo que le rodea, mirándole con esperanza, con fe, con amor?? (p.133).
Como conclusión de este comentario, solo se me ocurre pronosticar que, hoy nos encontraríamos en una situación diversa en nuestro país, si nuestra Iglesia jerárquica no hubiera abortado la Asamblea conjunta de 1971 y la Iglesia popular hubiera seguido con valentía las orientaciones de la Asamblea conjunta de Cristianos de Vallecas.
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Antonio Moreno de la Fuente
Miembro de las Comunidades Cristianas Populares de Sevilla
EL ESPÍRITU TRIDENTINO ANIDA TODAVÍA EN LA IGLESIA CAT?LICA (antoniomorenodelafuente.com)