El pasado 11 de junio declaraba el cardenal Cañizares que la Iglesia no está suficientemente unida y tiene tantos grupos y tendencias que “parece como desgarrada o hecha jirones”. El 16 de junio ha afirmado que “impartir Educación para la Ciudadanía es colaborar con el mal”, replicando así al pronunciamiento del presidente de la Federación de Religiosos de la Enseñanza (FERE) de que “la objeción de conciencia no puede plantearse en los centros católicos”. No cabe duda de que la opinión pública toma conciencia, una vez más, de la división existente hoy en la Iglesia católica, que no sólo se extiende al tema de la asignatura en cuestión sino que afecta a otras muchas cuestiones. Y es que el catolicismo ha dejado de ser homogéneo hace mucho tiempo y mucho más la base ciudadana y laica de la Iglesia.
En lo que concierne a la asignatura de la Educación para la Ciudadanía chocan dos perspectivas. Por un lado, la del Gobierno, que pretende difundir los principios constitucionales y las leyes que rigen en el país. La educación cívica es cada vez más necesaria en una sociedad democrática de libertades, en la que la permisividad y la tolerancia exigen una conciencia ciudadana de respeto a los demás, de solidaridad en la vida social, y de toma de conocimiento de los derechos de los otros, que son el límite para los derechos del individuo. Después de décadas de dictadura y siglos de regímenes autoritarios, la sociedad civil española es débil y la transición económica y política necesita ser completada con un cambio en la mentalidad y actitudes. De ahí lo justificado de una educación cívica, que, por otra parte, se imparte en otras naciones de nuestro entorno con diversas denominaciones.
A esto se contrapone el miedo de la jerarquía católica a un “catecismo laico”, que trate temas, leyes y modelos opuestos a la doctrina oficial católica. Hay miedo a que se hable de los distintos modelos legales de familia, del derecho al divorcio, al aborto, al reconocimiento de la propia sexualidad, de los anticonceptivos y de otras muchas materias, como las de bioética. La realidad de una sociedad secularizada y laica, en la que muchos no son católicos y, a su vez, muchos católicos no se identifican con algunos pronunciamientos de la jerarquía, se contrapone al deseo jerárquico de influir en toda la sociedad y al miedo de los obispos a la indoctrinación moral y no sólo jurídica por parte de los gobiernos de turno.
En ambas líneas hay una amplia representación de posturas extremistas, mucho más cuando el tema de la asignatura es un instrumento político a utilizar para debilitar al adversario, sea éste el Gobierno o la oposición. Reconciliar ambas posturas, huyendo de los extremos, exige flexibilidad y capacidad de diálogo. Por parte de la jerarquía, aceptar el derecho de los gobiernos a educar para la democracia e informar de las leyes que existen, gusten o no a un sector de la sociedad. Por parte del Gobierno, dar posibilidad de que, al tratar las leyes, se puedan criticar y expresar las distintas corrientes ideológicas de la sociedad. En la democracia hay que acatar lo legislado, pero es válido luchar por cambiarlo e influir en la opinión pública mostrando sus limitaciones, contradicciones y posibles consecuencias negativas.
Parece ser que ésta ha sido la opción mayoritaria de los Religiosos de Enseñanza: impartir la asignatura y, al mismo tiempo, evaluar los distintos temas de acuerdo con el ideario del centro, necesariamente marcado por una comprensión cristiana de la vida. Educar en libertad supone crear espacios para la discusión, contraponer con argumentos las distintas opciones y hacerse eco de la pluralidad de la sociedad, sin esconder las propias convicciones. En una sociedad plural también la educación debe aceptar la diversidad de ideologías y opiniones existentes. Y esto exige capacitar a los alumnos y profesores para la convivencia desde el respeto a las distintas creencias y valores. Y sin renunciar, al mismo tiempo, para que el modelo de sociedad y de educación se adecue a las opciones políticas, culturales y sociales que cada uno defiende.
Este es el gran reto, que desborda con mucho la asignatura en cuestión, porque es condición sine qua non para la mayoría de edad en la sociedad y en la Iglesia.