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Los dirigentes de la Iglesia Católica y la dignidad de la mujer -- Roser Puig F. Madre de familia y miembro de “creients i feministes” de Mallorca

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Moceop

Nadie puede negar que el origen de la cultura patriarcal en la que se nigunea y supedita la mujer al varón, se pierde en la niebla de los tiempos. Por lo tanto, la ICAR no la ha podido inventar, pero sí que la ha mantenido y la ha bendecido como “designio divino”, a pesar de tener el mandato expreso de su Maestro de liberar a todos los oprimidos. Todavía hoy sigue manteniendo la supeditación de la mujer, al promocionar el modelo de “familia cristiana” de filosofía patriarcal, donde la esposa debe estar sometida al marido.

El patriarcado ha considerado siempre a la mujer inferior al varón, y no digna (por su supuesta “impureza”) de participar en la sociedad al mismo nivel del hombre. Especialmente en el ámbito religioso.

El cristianismo es hijo del judaísmo y ha heredado innumerables tabúes y tradiciones judías. Ya, en el Levítico 15:19-30, se puede leer por ejemplo: “La mujer que padece un derrame, tratándose de su sangre, permanecerá en su impureza por espacio de siete días.- “Quien la toque será impuro hasta la tarde- Todo aquello en que se acueste (la mujer) durante su impureza quedará impuro…” Etc. Etc.
Todos estos prejuicios sobre la “impureza” de la mujer, se habían ido conservando en la tradición patriarcal del Imperio greco-romano, después de la muerte y resurrección de Cristo.

Sin embargo, “durante los primeros cinco siglos de la era cristiana, la parte de la Iglesia de habla griega y siríaca protegió a la mujer de los peores efectos del tabú de la menstruación. El Didascalia del 3er siglo explica que las mujeres no son impuras durante sus períodos, que no necesitan purificaciones rituales y que sus maridos no deben abandonarlas. Las Constituciones Apostólicas repitieron este mensaje tranquilizador.

En el año 601 DC, el Papa Gregorio I endosó este enfoque. Las mujeres que menstrúan no debieran estar fuera de la iglesia o lejos de la santa comunión. Pero esta VERDADERA RESPUESTA CRISTIANA fue, desafortunadamente, dominada por un increíble prejuicio en siglos posteriores encabezado por los Santos Padres latinos” (citando a John Wijngaards en
http://www.womenpriests.org/sp/traditio/unclean.asp) Y, de esta manera, los tabúes de la tradición judía fueron corregidos y aumentados por las teorías de los llamados Santos Padres latinos, los cuales estaban empeñados en dar la culpa del pecado original a las féminas: “la mujer es el mal de todos los males” (Ambrosio). ”La mujer es inferior en todo al varón. No puede ser imagen de Dios Es un varón rato” (Agustín de Hipona y Santo Tomás de Aquino).

Y esta opinión sobre las mujeres debió ser, a mi juicio, lo que en la época en la que se promulgó el dogma de la Inmaculada, impulsó al Pueblo creyente a reclamar que María fuera diferente de las otras mujeres. Por eso el Pueblo creyente lo celebró cuando fue una realidad. Y por eso se dice ahora que el “Espíritu se reveló en el sentido de la fe del Pueblo Creyente, confirmado por el Magisterio”. Pio Nono, por su parte, aprovechó la ocasión para poner “en su sitio” a los dominicos que le cuestionaban dicho dogma, añadiendo al dogma de la Inmaculada, el de la”infalibilidad” de los papas.

Dice la » Bula Ineffabilis Deus» sobre el dogma de la Inmaculada[: : “Definimos, afirmamos y pronunciamos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo-Jesús, Salvador del género humano, ha sido revelada por Dios y por tanto debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles.

Por lo cual, si alguno tuviere la temeridad, lo cual Dios no permita, de dudar en su corazón sigue Roser- lo que por Nos ha sido definido, sepa y entienda que su propio juicio lo condena, que su fe ha naufragado y que ha caído de la unidad de la Iglesia y que si además osaren manifestar de palabra o por escrito o de otra cualquiera manera externa lo que sintieren en su corazón, por lo mismo quedan sujetos a las penas establecidas por el derecho”.

Evidentemente, este ramillete de anatemas ha mantenido callados hasta ahora a los próceres que han tenido aspiraciones a hacer carrera dentro de la institución eclesiástica, a pesar de que algunos veían la injusticia que se estaba cometiendo con las mujeres que no éramos la Virgen María. Todavía hoy, el que Luis Ángel Rodríguez Patiño (un cura de a pie, comprometido con sus feligreses) se ha convertido en noticia por haber sido llamado al orden por su obispo, por denunciar la marginación de la mujer en la Iglesia. Esto da testimonio de como están las cosas al respecto en la ICAR.

La supuesta “impureza” de la mujer de la tradición judía, entró en la Ley de la Iglesia Católica a través del Decretum Gratiani (1140 DC), el cual se convirtió en ley oficial de la Iglesia en el año 1234, una parte vital del Corpus Iuris Canonici (Código Canónico) que tuvo vigencia hasta el 1916.

El Código Canónico promulgado posteriormente en 1917 y que estuvo vigente hasta 1983, contenía los siguientes cánones, basados en la supuesta “impureza ritual” de la mujer: “Las mujeres son la última opción como ministras de bautismo- Las mujeres no pueden distribuir la sagrada comunión- Las niñas ni las mujeres pueden ser servidoras del altar-Sólo hombres pueden recibir el Sacramento del Orden.- Las mujeres deben cubrir su cabeza con un velo en la Iglesia- El lino sagrado debe ser lavado primero por hombres, antes de las mujeres lo toquen- Las mujeres no pueden predicar en la Iglesia -Las mujeres no pueden leer la Sagrada Escritura en la Iglesia”.

(Prohibiciones que coinciden con las fechas y el ambiente en contra de las mujeres que debía haber cuando se promulgó el dogma de la Inmaculada y que debieron influir enormemente en el Pueblo Creyente para reclamar una excepción para María, la madre del Señor).

Ahora las cosas están mejor gracias a que los reverendos guardianes del Derecho Canónico en 1983 decidieron que las mujeres podíamos ser: “Lectoras de las Sagradas Escrituras durante la liturgia. Servidoras del altar. Comentadoras durante la Eucaristía. Predicadoras de la Palabra. Cantantes y coristas, ya sea solas o como miembros de un coro. Líderes de servicios litúrgicos. Ministras de bautismo. Distribuidoras de la Sagrada Comunión”.

Esto no impidió que nos quedáramos con la boca abierta ante el espectáculo de TV, en la Sagrada Familia de Barcelona, de unas monjitas afanadas en limpiar el aceite derramado por S.S. Benedicto XVI sobre el ara del altar, mientras el Papa y los próceres que lo acompañaban, las contemplaban impasibles desde sus asientos.

A pesar de la “generosidad” de sus eminencias, la Jerarquía católica sigue negando el sacerdocio a la mujer con la excusa de que: “Jesús solo tuvo a varones como discípulos; y que la Iglesia no puede hacer otra cosa que imitarlo” ( Ordinatio sacerdotalis, JP II) , Argumento que cualquier exegeta, tanto femenino como masculino, puede desmontar pues Jesús no fue cura ni ordenó a nadie y, si leemos el Evangelio con honestidad, veremos que había mujeres en su discipulado que le acompañaron “desde Galilea hasta el pie de la Cruz”. Esto, sin olvidar que fueron las primeras encargadas de comunicar a los otros discípulos que “el Señor está vivo” es decir, que no las consideró indignas de ser sus portavoces.

Por lo tanto, en pleno siglo XXI, siguen siendo los prejuicios por la supuesta “impureza ritual” de la mujer la que nos mantiene discriminadas y sujetas doctrinalmente al varón, sea este marido o capellán de convento de monjas. Pero la Jerarquía no se atreve a reconocer sus prejuicios abiertamente, habida cuenta de cómo ha cambiado el ambiente social, y debido a las leyes civiles de igualdad que ya no dependen de las religiosas. La mayoría de los países europeos han conseguido separar Estado de Religión.

Por otra parte, la Jerarquía ahora no puede alegar, falsamente, que el Evangelio de Jesús los respalde, porque ahora ya todo el mundo sabe leer y puede leer los evangelios y ver la Verdad en ellos (no es como antes, que el Pueblo llano era analfabeto). Y, en los evangelios, vemos como durante el período de su “vida pública” Jesús demostró que El no tenía los prejuicios contra la mujer de su fe judía (a la que pretendía reformar para poder anunciar, a partir de ella, el Reino de Dios).

Por ejemplo, los episodios de la Samaritana y el de la hemorroisa: Los judíos tenían la costumbre de rezar y dar gracias a Yavhé todos los días “por no haber nacido mujer, ni ignorante, ni extranjero”. Es evidente que en el episodio de la Samaritana Jesús se saltó los tres tabúes, demostrando de esta manera, que todos esos prejuicios no iban con El, aunque en su religión estaban recogidos en las costumbres patriarcales sociales.

Jesús no solo no se apartó de aquella mujer tan “peligrosa”, según la tradición judía, sino que se acercó lo suficiente como para beber de su cántaro, el cual debía conservar la huella de su cuerpo por las constantes idas y vendas al pozo. Luego le habló de teología ¡a una mujer! Y, finalmente, la ENVIÓ a ANUNCIAR a sus conciudadanos que el Mesías que esperaban ya estaba allí. (Parece ser que fueron bastantes “y se convirtieron muchos”, según el evangelio de Juan) ¿Que más se necesitaba para que Jesús la hubiera tratado como a una de sus evangelizadoras?

En cuanto a la hemorroísa, a pesar de que ella intentó solo”tocar el borde de su túnica” y la cosa habría pasado desapercibida, fue Jesús el que aireó que una mujer, “socialmente impura”, LE HABÍA TOCADO. Nada dice el evangelio de que Jesús saliera corriendo a purificarse antes de que pusiera el sol. Al contrario, le devolvió a aquella mujer su dignidad de persona (de la que carecía, según las leyes del Templo judías) y le dijo: “tu fe te ha salvado”.

Por todo esto, las mujeres creyentes y feministas católicas de hoy en día, no tenemos más remedio que sospechar de la antropología teológica discriminatoria actual de la ICAR, considerándola que está interesadamente de espaldas al Evangelio de Jesús de Nazaret. Evangelio de Fraternidad y de Igualdad de las hijas y los hijos de Dios.

En lo que a mi respecta, de lo que desconfío más es del dogma de la Inmaculada Concepción. Los teólogos y teólogas marianos deberían hacerse las siguientes preguntas: ¿Para qué NECESITABA el Señor Dios, creador del Universo, convertir en Inmaculada a Maria, a fin de encarnarse en Ella? y ¿Es que acaso el Dios Abba de Jesús de Nazaret comulga con los prejuicios de la cultura patriarcal, respecto de las mujeres?

Este dogma ha dado como resultado el haber encumbrado en un pedestal a María, la madre de Jesús, convirtiéndola en una especia de diosa pagana, asexuada, y a la que se le está rindiendo pleitesía casi idolátrica. Lo cual no ha impedido que a las otras mujeres se nos haya seguido difamando, menospreciando y discriminando desde el seno de la Iglesia.

También me hacen desconfiar los “frutos” (a nivel eclesiástico) que se han conseguido con el culto a María: basílicas, joyeros de la Virgen, votos y exvotos de oro, emporios turísticos, etc. Todo ello abusando de la necesidad de encontrar consuelo para sus penas por parte de tanta gente sencilla, que busca ayuda a los pies de una Madre Misericordiosa y Poderosa.

La piedad del Pueblo sencillo merece todos mis respetos, pero la explotación que se hace de ella, me provoca indignación y desprecio hacia una Jerarquía religiosa anclada en el dominio de las mujeres y en el poder que proporcionan las riquezas de este mundo, cuando debería estar anunciando y testimoniando, en nombre de Jesús de Nazaret, el Evangelio de Liberación de todos/as los oprimidos/as, como no han dejado de hacer nunca miles y miles de creyentes de a pie que se han mantenido fieles a la responsabilidad de anuncia la Buena Noticia a todo el mundo.

Roser Puig F. Madre de familia y miembro de “creients i feministes” de Mallorca. Diciembre 20010.

Artículo recibido de nuestro buen amigo Juan Hernández de Mallorca. (Redacción de R. C.)

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