Honduras: «¡Dios mío??, Dios mío!» -- Varias organizaciones

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Adital

Constatar la violencia, el odio y los asesinatos, experimentar el dolor, la impotencia y el miedo nos lleva muchas veces a exclamar y preguntarnos: ¡Dios, mío, Dios mío!: ¿por qué?, ¿hasta cuándo, Señor?
Justicia?? ¿Hasta cuándo?

1. Los miembros del Departamento de Pastoral Social de la diócesis de San Pedro Sula, reunidos en Asamblea el 31 de octubre de 2010, nos hemos sentido sobrecogidos por la crueldad, maldad y barbarie de los hechos sangrientos ocurridos este 30 de octubre en la colonia Felipe Zelaya. Catorce personas, hermanos nuestros, perdieron cruelmente la vida. Desde nuestra fe nos sentimos cercanos y solidarios con los familiares de las víctimas y desde esta cercanía evangélica nos condolemos y reclamamos con ellos: ¡Justicia¡

2. Las víctimas de la violencia en Honduras son ya interminables. El sentimiento de inseguridad y desconfianza se ha vuelto generalizado en el país y la violencia, lejos de reducirse, va en aumento tanto en el número como en la crueldad de los hechos. Este sentimiento de inseguridad aumenta todavía más al constatar el fracaso de las instituciones estatales responsables de administrar justicia y brindar seguridad a la población. ¿Cuántas personas más tendrán que morir para hacer reaccionar a nuestras autoridades e implementar un plan integral contra la violencia?, ¿dónde tendremos que acudir los hondureños y hondureñas a reclamar justicia? La orfandad de la población ante la violencia es cada vez mayor.

3. Nos preocupa profundamente la simpleza con la que se «resuelven» los casos: «ajuste de cuentas», «pleito entre pandillas», «el crimen organizado»… Pero sin una efectiva investigación que de con los responsables de los hechos para deducirles su responsabilidad. ¿Cuántos autores y sus cómplices han sido condenados por estos hechos abominables?

Consideramos que este tratamiento de la situación delictiva nos lleva por caminos aún más peligrosos en tanto que ante la falta de castigo se corre el riesgo de que se cometan nuevos hechos delictivos al cobijo de la impunidad. Por otra parte, los sentimientos de frustración de inseguridad y de indefensión podrían desembocar en venganza o en «tomarse la justicia por propia mano» o en actitudes de pasividad, inhibición y desesperanza.

Nuestro Dios es un Dios de Misericordia.

4. Ante la maldad y el dolor, muchos se preguntarán ¿dónde está Dios?, ¿por qué nuestros seres amados?… Desde nuestra fe, tenemos la convicción que Cristo ha tomado el lugar de las víctimas y nuevamente ha caído producto de la injusticia y el pecado. Por eso nuestro grito incesante de reclamar justicia, respeto a la vida, a la dignidad de las personas.

5. La misericordia y el amor de Dios no tiene comparación. Ama a todas las personas por igual en tanto somos sus criaturas, creadas a su imagen y semejanza (Gn. 1, 27). Es esta la condición esencial por la cual «la vida y la dignidad de toda persona es sagrada»(1), convirtiéndonos a cada uno en custodios de la vida del prójimo. El quinto mandamiento «no matarás» (Ex. 20, 13); Dt. 5, 17) nos obliga a todos no sólo a no dañar ni destruir la vida del prójimo sino a cuidarla, defenderla y promoverla y a trabajar por aquellas condiciones de vida que favorezcan su pleno desarrollo.

6. Estamos seguros que cualquier palabra frente al sufrimiento puede resultar vana: ¡nada ni nadie devolverá a la vida a nuestros hermanos y su lugar representará un vacio que no podrá ser llenado jamás! Pero desde este dolor compartido y desde esta fe solidaria podemos decir con el salmista: «El Señor es mi roca, mi fortaleza y libertador. ¡Oh mi Dios! ¡Roca en que me refugio, mi escudo, mi fuerza y mi salvación! En mi angustia invoqué al Señor??Y oyó mi voz, llegó mi clamor a sus oídos. (Sal. 18. 3, 7).

Compromiso de todos a favor de la vida

7. El Señor, es quien nos sostiene, ?l ha tomado opción por los injustificados de nuestra Honduras. ?l mismo nos está llamando ahora a realizar un compromiso efectivo por la vida y la justicia.

Comprendemos que la Labor de los responsables de las instituciones estatales, encargadas de cuidar el inviolable derecho a la vida (art. 65 C. R.), no es nada fácil. Ellos mismos arriesgan sus vidas y la de sus familiares. Esta es una razón más para evitar respuestas sólo reactivas a la violencia, cuando sus causas son muy profundas y múltiples.

Una de sus primeras tareas es recuperar la confianza de la población. Es verdaderamente preocupante pensar que hay actos delictivos que sólo pueden cometerse impunemente teniendo alguien dentro de la estructura de gobierno, del poder económico o el militar. ¿Cuántos crímenes tienen su base en la corrupción?, ¿cuánto tiempo dura la relativa satisfacción del «dinero fácil», sin que revierta en la propia destrucción?

Pedimos, pues, respuestas urgentes e integrales, fortaleza ante la tentación del mal y sobre todo que la sangre derramada no quede impune.

8. Como ciudadanos somos parte del cuerpo social. Como cristianos somos miembros del cuerpo de Cristo (Cf 1 Cor. 12). Cualquier parte del cuerpo que sufra debe dolernos a nosotros por igual. Evitemos la manipulación maniqueísta que vuelve la realidad una lucha de buenos contra malos cuando la verdadera maldad está en nuestro corazón. Cada uno de nosotros, aun con su germen de divinidad, lleva consigo el debate propio del pecado. Así debemos ser fieles a Cristo y a su causa, el Reino de la vida, con un comportamiento fraterno coherente, desechando de nosotros todo aquello que es signo de muerte.

La «cultura de la muerte» ha tendido sus redes en todos los espacios sociales, pero en el seno de la familia sólo nosotros tenemos la llave, sólo nosotros podemos decidir si promovemos la violencia en sus múltiples manifestaciones, o promovemos la civilización del amor donde «Cristo es nuestra paz ya que ?l con su propia sangre ha destruido los muros del odio» (Ef. 2, 14). La misión de la Iglesia, que no es otra que la oferta de una vida digna y plena para todos en Cristo, nos apremia a ser creativos para lograr efectivos cambios estructurales, conscientes de que éstos serán inútiles si verdaderamente no hay un cambio del corazón. «El hombre nuevo» es la construcción constante a la que debemos atender cada día.

Que María de Suyapa, madre siempre entrañable, interceda por nuestra Honduras y el Espíritu de Dios nos brinde sabiduría para encontrar las mejores soluciones a esta profunda crisis de violencia.

San Pedro Sula, 31 de octubre de 2010.

Departamento de Pastoral Social de la Diócesis de San Pedro Sula:

Pastoral Garífuna /Pastoral Penitenciaria /Pastoral Educativa / Pastoral de la Salud / Pastoral de Movilidad Humana / Caritas Diocesana / Pastoral de la Mujer

Nota:

(1) Catecismo de la Iglesia Católica 2258.