Hablar ante una masa de devotos, en el primer puesto dentro del ámbito apoteósico de una catedral, constituye para el orador una gran tentación para sentirse dueño de la fe. Se le cae fácilmente la máscara de la humildad y aparece el personaje que es.
Eso le pasó más de una vez a nuestro Señor Cardenal. Es cuando pontifica: “¡No lo vamos permitir!”. No lo vamos permitir que “grupos pequeños rompan el matrimonio, maten niños, cambien la sociedad” (El Expeso, 22.03.08).
Independientemente de la valorización moral de tales actos en casos concretos, nos preguntamos: ¿Cómo hará nuestro pastor de almas para impedirlo a lo cristiano?
La historia del Opus Dei nos puede dar la la pista. A sus máximos exponentes los vimos muy cerca de gobiernos autoritarios, hasta criminales, como eran en España el Generalísimo Franco, En Filipinas Marco, en Argentina Videla, en Chile Pinochet, y en el Perú Fujimori. Lo que no se consigue para dominar conciencias con el Verbo divino, se consigue con el garrote. ¡Cuidada Cipriani con la tentación no. 3! (Mt 4,8-10). No era este el camino para el éxito, ni para Jesús, ni lo es para sus seguidores.