30 Noviembre, Domingo 1º de Adviento -- José M. Castillo

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?En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: ?Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, porque no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!??. Mc 13, 33-37

1. El Adviento es el tiempo (4 semanas) que dedicamos a preparar la Navidad, el día en que se recuerda que Dios, en Jesús, se hizo presente en la historia. Para eso se exige, ante todo, estar atentos y vigilantes. Porque desde el instante en que Dios entra en la historia humana mediante la persona y la vida de Jesús, en cualquier momento puede ocurrir lo que no esperamos. ¿De qué se trata?

2. La llamada a la vigilancia, que hay en este evangelio, es la conclusión del discurso que, según Marcos, Jesús pronunció antes de su muerte. En este discurso, Jesús anunció dos cosas: 1ª) La destrucción total del Templo (Mc 13, 1-2), lo que representa acabar con la perversión de ?lo sagrado?? en sus sacerdotes, ceremonias, sacrificios. 2ª) La caída del sol, la luna y las estrellas (Mc 13, 24-25) que indican, según los profetas (Is 13, 34; Jr 4, 20-23; Ez 32, 7, etc), la ruina de los grandes imperios, los poderes opresores de la humanidad.

3. Preparar la Navidad es, ante todo, estar atentos a lo que la presencia de Jesús desencadena en la historia: 1) Otra forma de entender la religión: no encerrada en el Templo, sino presente en toda la vida. 2) Otra forma de entender la política: no como poder de unos sobre otros, sino como responsabilidad compartida de todos. Todo esto exige constante atención y vigilancia.

En este primer día del año litúrgico, es importante indicar que, si hoy podemos leer los evangelios y contar con ellos para que así Jesús oriente nuestras vidas, eso se lo debemos a la Iglesia, que, a lo largo de los tiempos, nos ha conservado la memoria de Jesús. Es el gran servicio que la Iglesia ha hecho, no sólo a sus creyentes, sino a la humanidad entera. Por eso nuestra gratitud, reconocimiento y amor a la Iglesia, a toda la comunidad de los creyentes en Jesús, debe ser constante y estar por encima de cualquier crisis o dificultad.