Conviene analizar el comportamiento que la Conferencia Episcopal Española (con sus inefables Rouco Varela y Martínez Camino a la cabeza) viene protagonizando desde hace ya demasiado tiempo. Porque a los prebostes episcopales no sólo se les puede ?sentir? una motivación política, que consiste en echar al PSOE del Gobierno a toda costa. Tienen los obispos otra razón aún más perentoria: la Iglesia Católica está atravesando una gravísima crisis, que parece ser terminal si algo o alguien, ¿quizás su Dios?, no lo remedia.
Portadora de gran parte del poder a lo largo de siglos (con la religión católica como forma de sumisión de las conciencias y protectora de las formas de dominación), la Iglesia Católica ha ido perdiendo progresivamente sus privilegios hasta que, superada por fin la Santa Cruzada (y lo que vino después), el clero católico se ve abocado en una difícil encrucijada.
Estamos en pleno siglo XXI, y vivimos en la sociedad de la información y la comunicación, y la Iglesia Católica, desbordada por una globalización a la que no consigue adaptarse (y todos sabemos por qué), ve perder rápidamente el control de las conciencias que antaño poseyera.
Los fieles que antes calmaban su inseguridad y ansiedad en las parroquias y templos, se manifiestan ahora de modo similar mediante otros ritos y costumbres: centros comerciales, televisión, viajes, internet… son las nuevas industrias de la consolación, que están barriendo sin piedad aquellos credos que se han negado desde un principio a ceder su preciado monopolio. Y es que la Iglesia Católica, lejos de evolucionar, se mantiene en una ridícula posición victimista y tridentina: se trata del grito del antiguo privilegiado que, viendo disminuir sus propiedades, se enroca en posiciones que a medio plazo son autodestructivas.
Es patético ver cómo estos funcionarios de la fe se lamentan por la pérdida de un imperio que nunca más volverá. Pero el capitalismo no tiene piedad: la mano invisible es implacable y se lleva por delante a quien haga falta. A las iglesias les quedan pocos días de gloria… y los seminarios ya están vacíos.