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El dolor y la gloria -- Andrés Ortiz-Osés

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Vivir es como amar: toda razón está en contra y todo instinto a favor (Samuel Butler).
No soy precisamente un fan o forofo de Pedro Almodóvar y sus fuegos de artificio, pero me intriga su obra policrómica en español. Sin embargo, acabo de visionar su testamento Dolor y gloria que me ha interesado existencialmente, porque aquí narra minimalistamente la verdad y la mentira del mundo, su sentido y sinsentido. Toda la vida humana, toda vida humana, es en efecto dolor y gloria, sufrimiento y exaltación, finitud abierta al infinito.

El dolor está representado en este film por la pobreza y la desgracia, el desamor y la mortalidad, mientras que la gloria está representada por el amor y la libertad, la expresión y su expansión, la creatividad. Pero la cinta plantea un litigio entre el amor y la creación, porque según nuestro cineasta el amor no es suficiente para ser feliz, realizarse o salvarse, sino que se requiere la inspiración y su proyecto o proyección, en este caso cinematográfica.

Quizá el autor no se da cuenta, o quizás sí, de que el propio amor incluye ya primigeniamente la pro-creación, la cual en consecuencia no es sino la forma que adquiere el amor en cuanto inspiración. Y, de hecho, se da una conexión en el film entre el amor de amistad recuperado y la recuperación de la creatividad, entre la pasión humana y la pulsión recreadora y recreativa de lo real, entre el afecto o afección interhumana y el efecto o efección de una obra cultural o de arte.

Frente a la barroquería típicamente almodovariana, Dolor y gloria es escueta y despojada, respondiendo así a la edad provecta de su director. La imagen impactante de la casa-cueva familiar, en la que vive la niñez nuestro protagonista, resulta un símbolo arquetipal de toda su vida, precisamente presidida por ese recoveco materno y femenino. La homoerótica del autor se nutre de esa cueva matricial, en cuyas paredes Almodóvar proyecta sus imágenes como arcaica pintura rupestre en movimiento.

Dolor y gloria cuenta el dolor de ser hombre o mujer en el presente temporal, así como la gloria de haberlo sido en el pasado o bien en el futuro intemporal de modo imaginal. Así pasa la gloria del mundo, parece decirnos, pero también la pena o dolor del mismo mundo. Lo que queda es un rastro de sentido herido, cuya sangre escarlata refulge como en una corrida de toros, cuando el toro es dolorosamente cogido por la gloria del torero en peligro. Porque, como adujo Samuel Butler, vivir es como amar: toda razón está en contra y todo instinto a favor.

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