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Amoris laetitia. Ninguna sorpresa, pero abriendo futuro

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images1La propuesta doctrinal de la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia no nos ha sorprendido. Teníamos ya noticia de varios detalles importantes  que podían condicionarla sustancialmente. Conocíamos la aportación de las dos asambleas del Sínodo de la Familia, la del 2014 y el del 2015. Y conocíamos también la tensión dialéctica que anida en el Vaticano desde la llegada del papa Francisco: el inmovilismo de una gran parte de la Curia, en nada partidario de  novedades que alteren las tranquilas aguas del poder, y el equipo del actual obispo de Roma, tocado por la historia y la creatividad.

El resultado es—como pasó también con los documentos del Vaticano II— una amalgama de planos en la que se advierten, directa o indirectamente, las dos líneas o tendencias dominantes: la que podríamos  calificar como “línea poética”  o “estilo Francisco” que se está revelando como creativa y existencial, histórica y pegada a la tierra,  evangélica en definitiva,  y la que  podemos  entender como “línea jurídica” o estilo curial, que,  hoy como siempre,  se expresa en la seguridad que da el pasado y la tradición, legalista y  dogmática. El estilo Francisco pone el acento en la persona y la misericordia, el estilo curial se apoya sobre la ley y el dogma. El uno es creativo, el otro más bien conservador y paralizante.

La dialéctica o tensión entre ambas líneas se centra prioritariamente en las  llamadas “uniones irregulares” o bautizados que se han divorciado y se han vuelto a casar civilmente” (298) y su acceso a los sacramentos,  especialmente a la Eucaristía (305). Y, dada “la complejidad de las diversas situaciones” por las que está atravesando este colectivo católico, “no debía esperarse del Sínodo o de esta Exhortación una nueva normativa  general de tipo canónica, aplicable a todos los casos” (300), sino que se  ha dejado la solución de cada caso en manos de los obispos, de los teólogos y de las iglesias particulares,  porque “en cada país o región se pueden encontrar soluciones más inculturadas” (3). Y, porque no hay “recetas sencillas” (298), tampoco “todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales” (3).  Los divorciados vueltos a casar civilmente “no tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros de la Iglesia” (299); por eso, siguiendo la “ley de la gradualidad” (295),  la tarea de ésta está en acompañar, discernir e integrar la fragilidad” (cap. VIII). Llamada a “formar las conciencias, no a sustituirlas” (37), la Iglesia debe ser siempre consciente de que “la misericordia es la viga maestra que la sostiene” (310).

Aunque la Exhortación supera el marco de los divorciados vueltos a casar civilmente, otros temas que toca, como los anticonceptivos (222), la homosexualidad y las uniones homosexuales (250-251), etc. no llegan a superar la normativa canónica actual,  aunque son siempre vistos bajo la doble óptica de la  propia conciencia  y  la misericordia.

En definitiva, ninguna sorpresa jurídica, aunque la dimensión poética (creativo/ evangélica de la Exhortación) alientan a esperar con serenidad el futuro. Sobre todo, vemos con perspectiva de futuro  la descentralización e inculturación que se empieza a hacer  de los problemas y de la búsqueda de soluciones. Desde Redes Cristianas, apoyando el estilo Francisco y conscientes del enorme peso y descrédito que los “corazones cerrados” (305) están haciendo pagar a la Iglesia universal, nos preguntamos estas dos cosas: si no se está  perdiendo otra oportunidad para poner la Iglesia al ritmo de la historia y  si no ha sido ya demasiado largo el tiempo de espera para evitar nuevas decepciones.

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